Habría que remontarse al final de la Segunda Guerra Mundial para situar el inicio de un mayor protagonismo de la política monetaria, en su intervención en la economía como estabilizador macroeconómico. Y quizás desde ese momento, se afianzan los principios ya desarrollados por los economistas clásicos y se vive una cierta confrontación con la política fiscal, que pretende el mismo objetivo con otro tipo de actuación.
De todos es conocido su impacto tras el estallido de la crisis internacional iniciada en 2007. Cantidad y precio de dinero en el sistema son las variables que definen una política monetaria expansiva o restrictiva.
Los tipos de interés en EEUU se situaban en el año 2000 en el 6,5%. En septiembre de 2007 en el 4,75% y a partir de ese momento se produce una caída continua hasta llegar al 0% en diciembre de 2008. Mientras tanto en Europa los tipos que habían alcanzado el 4,75% en el año 2000 se mantienen positivos hasta marzo de 2016 cuando alcanzan el 0%. Asimetría en la ejecución de la política monetaria entre EEUU y Europa.
En el momento actual los tipos en Europa continúan en el 0% y EEUU los comenzó a elevar en diciembre de 2015, inicialmente al 0,25% y ya superan el 1,75%.
EEUU ha desarrollado una política monetaria más agresiva y rápida que la europea y el diferente ritmo de ejecución monetaria ha permitido remontar antes la crisis produciendo una mejoría tanto en el ritmo de crecimiento del PIB como en el empleo.
La vuelta a la normalidad monetaria, o al menos a cierta normalidad monetaria se acompaña de la devolución paulatina al mercado de los bonos y otros activos, algunos privados, adquiridos para generar liquidez al sistema. Esta situación no está exenta de ciertas dificultades ya que por ejemplo en EEUU el endeudamiento es importante y creciente y esto llevará a la emisión de deuda que deberá recaer sobre el mercado y afectar a los tipos de los bonos y por tanto a su precio. Además, este tipo de actuación es posible con la bonanza económica actual, pero podría no alcanzar el objetivo si la economía se ralentizará. Y existen hoy por hoy algunas amenazas, además de las sorpresas que puedan producirse en cualquier momento, como ya ha sucedido a lo largo de la historia reciente.
La asimetría existente entre los países que componen Europa y su diferente situación económica (por ejemplo, la española) ha obligado en gran medida al BCE a adoptar una estrategia muy estudiada para tratar de conseguir una repercusión lo más amplia posible.
En el momento actual las previsiones de crecimiento de la economía norteamericana se sitúan en el 2,8% en 2018 y en 2019 e incluso las previsiones para 2020 apuntan al 2,3%. El paro presenta unas cifras entorno al 3,6% en 2018 y 3,5% en 2019 y la tasa de inflación en el 2,1% lo que indica que la economía va a buen ritmo y que incluso la FED pueda plantearse nuevas subidas de tipos. Además, la positiva evolución del consumo, que viene a representar las dos terceras partes del PIB hoy por hoy es imparable.
En este contexto conviene acercarse a la realidad española. La OCDE prevé que España será el país donde menos aumentará el nivel de vida en las próximas décadas y que el PIB se situará por debajo de la media europea. En este viaje le acompañarán algunos países entre ellos Grecia e Italia. Quizás el aspecto a destacar más influyente en esta negativa evolución es el envejecimiento de la población.
Previsiones aparte, la realidad es que el PIB intertrimestral que llegó al 0,9% hoy es el 0,6% la afiliación a la seguridad social que en enero crecía al 3,4%, en agosto lo hacía al 2,89%, el consumo de las familias que alcanzó un incremento del 0,8% en el segundo semestre de 2017, hoy está en el 0,2% y las exportaciones que se habían recuperado en 2015 y 2016 apuntan a unas previsiones del 10% en 2017y serán tan solo del 2,9% en 2018.
No debe olvidarse la amenaza del déficit público que cerró 2017 en el 3,1% y que se ha situado en el primer trimestre de 2018 casi en el 4% (3,98%). La deuda pública por su parte representa el 98,3% del PIB a cierre de 2017 y al finalizar el segundo trimestre de 2018 en el 98,8% del PIB.
La ralentización de la economía española es un hecho. El entorno no presagia un cambio de tendencia. España pasa por un momento preocupante en el terreno económico y las razones del mismo habrá que buscarlas fundamentalmente en la política económica que se está imprimiendo. Y en la ausencia de una línea bien definida. Se precisa estabilidad jurídica y adoptar decisiones consensuadas y coherentes y debe reaccionarse sin dilación. En economía no se vive permanentemente de la inercia que viene del pasado ni de un entorno favorable anterior porque el entorno cambia y los efectos se diluyen con el tiempo.
El momento actual exige adoptar medidas que incentiven la economía porque los síntomas de enfriamiento son evidentes y que hay que afrontar los principales problemas suficientemente conocidos con generosidad y amplitud de miras. Lo contrario nos conducirá a otra crisis, aunque haya quien lo esté negando.
Artículo escrito por: CincoDías