Los riesgos económicos y geopolíticos atenazan la coyuntura mundial. Y amenazan con sepultar, en 2019, el periodo de vacas gordas que se ha instalado en las potencias industrializadas durante el último lustro en el que han llegado a certificar crecimientos próximos a su potencial. Es ahí donde los mercados emergentes dominarán la economía del globo.
Más que si acontecerá un nuevo tsunami financiero global, la pregunta que recorre los principales centros de investigación económica es cuándo sucederá. Aunque, en paralelo, se incorpora otra cuestión trascendental: ¿será la última crisis bajo la hegemonía económica del primer mundo? Porque el retroceso inversor, la guerra comercial, la volatilidad del petróleo, el súbito descenso de los valores bursátiles, los desequilibrios en los cuadros macroeconómicos y la irrupción del nacional-populismo que, en su versión financiera, supone una vuelta hacia el neoliberalismo sin control, hacia el capitalismo sin reglas de juego -es decir, hacia una desregulación de sectores sin apenas mecanismos de supervisión- pueden propiciar que las naciones de rentas altas dejen de ocupar su privilegiado lugar en el mundo.
Los nubarrones para este ejercicio ya se atisban en los círculos de pensamiento económico. Uno de los últimos diagnósticos es el del Banco Mundial. Esta institución multilateral advierte de una seria probabilidad de recesión. Porque su reciente predicción, para el bienio 2019-20, es de un modesto incremento de la actividad en todo el planeta del 2,9% y del 2,8%. Y los expertos en la arquitectura financiera internacional saben que cualquier pronóstico que oscile entre el 2,5% y el 3% de crecimiento global resulta ser, de facto, una recesión técnica por la parálisis productiva de buena parte de las latitudes del planeta cuando la evolución económica revela en tasas tan anémicas. No por casualidad, el título del estudio con el que esta organización saludó el cambio de año resulta elocuente: “Los cielos se oscurecen”.
Una de sus directoras ejecutivas, Kristalina Georgieva, explica el viraje. “Al inicio de 2018, funcionaba a pleno rendimiento”. Pero, a lo largo del pasado ejercicio, perdió velocidad, ocasionó sobresaltos y generó incertidumbres que la van a conducir a una “ralentización generalizada” este año. A las potencias industrializadas la factura les llegará cargada de derramas por sus elevados endeudamientos y con penalizaciones futuras por sus desequilibrios: fiscales, comerciales y por cuenta corriente. Mientras que, a los mercados emergentes, les reportará altercados monetarios -debilidad en sus divisas- y financieros por los costes excesivos de un dólar fuerte con un precio del dinero inusualmente caro para los tiempos que corren debido a la política alcista de la Reserva Federal.
Crisis financiera con recesión económica
Las dos grandes economías del planeta sintetizan esta debilidad. China constata, a tenor de las perspectivas del Banco Mundial, la moderación de su ciclo de negocios. Su PIB perderá otras tres décimas en 2019 en términos interanuales. Hasta registrar un alza del 6,2%. “A pesar de que las autoridades del país han virado sus políticas fiscales y monetarias hacia parámetros expansivos”, en respuesta a la guerra comercial declarada por EEUU contra bienes y servicios made in China, admite el informe. Medidas ideadas para “contener los efectos de las subidas arancelarios en EEUU que podrían socavar los esfuerzos oficiales por mantener abierto el grifo crediticio en el país y limitar, con ello, los activos de los balances tanto de bancos como de empresas”. Ya de por sí excesivamente endeudados en el último lustro.
En el orden emergente, solo India se aferra a su potencial de crecimiento. A un ritmo del 7,5%. Aunque con su divisa en devaluación frente al dólar y con su banco central tirando de divisas para frenar las embestidas de los mercados. Y América Latina, una vez más, con el motor gripado. Lastrada por la contracción en Argentina y la incertidumbre política y económica de sus dos grandes economías: Brasil y México. A la región del Hemisferio Sur americano apenas le concede un dinamismo del 1,1% para este año, después de registrar un repunte de seis décimas en 2018. Es decir, una parálisis total.
Los autores del informe también auguran una pérdida de vigor del PIB estadounidense. Dentro de la atonía general de los países avanzados. En concreto, retrocederá cuatro décimas, hasta el 2,5%, este ejercicio. El problema es que la ralentización surge en el primer ejercicio tributario de la histórica, por su volumen, e inaudita, por afectar, al unísono, a rentas personales y beneficios empresariales, doble rebaja fiscal de la Administración Trump. Es decir, con un arsenal de mayor poder adquisitivo en los bolsillos de los estadounidenses y en el cash flow de sus corporaciones privadas. Europa y Japón regresan a las pulsaciones planas, con previsiones que oscilan en torno al 1% de crecimiento interanual.
Desde el mercado también se comparte este diagnóstico. La economía global “ya ha emprendido un camino irreversible” hacia los números rojos, aseguran en la sala de operaciones del banco de inversión Nomura. “Estamos en los últimos coletazos del ciclo de negocios” que surgió, con fórceps, con estímulos económicos y monetarios inauditos, tras la crisis de 2008, precisa Naka Matsuzawa, responsable de tipos de interés de esta firma. “Es su periodo de vida normal”, precisa. Suelen iniciarse al final de una crisis o de una depresión cíclica del dinero en circulación y culminan con una contracción del crédito y una recesión económica, enfatiza. “Y, ahora, nos encontramos ante un episodio en el que la expansión prestamista toca a su fin”, explica en una nota a inversores. “Es irreversible”, aunque “será gradual”, comenzará en el primer semestre, se recuperará temporalmente en la segunda mitad del año y será una realidad al inicio de 2020. En línea con la premonición que el mercado, cada vez más cerca del consenso, ha señalado en el calendario como detonante de la próxima crisis financiera global. O con la visión de informes como el del Deutsche Bank, donde -dicen- “se avecinan doce meses de muy bajo crecimiento”, que podrían conducir a “una inmediata recesión” posterior, afirman tras comprobar la evolución plana de la rentabilidad de los bonos de las potencias industrializadas -uno de los parámetros que mejor anticipan etapas recesivas- en los mercados internacionales y los efectos de la política de subidas de tipos de interés impulsada por la Reserva Federal.
Nomura atisba varios nubarrones más. Un repentino abandono del dólar fuerte y su sustitución por un billete verde barato por parte del Tesoro americano para hacer frente a un hipotético y nada recomendable recrudecimiento de la hostilidad comercial con China; repuntes de procesos de bancarrotas empresariales y volatilidades en las plazas bursátiles y en el precio de la energía.
¿El fin de la hegemonía industrializada?
Este presumible cambio de ciclo de negocios puede llevar aparejado un repentino y fulgurante sorpasso en la pirámide económica mundial. En 2030, y según los analistas del banco británico Standard Chartered -que obtiene más de las tres partes de sus beneficios en Asia-, siete de los diez mayores PIB del planeta serán lo que en la actualidad se denomina en la jerga mundial al uso, mercados emergentes. Entre ellos, los dos primeros: China, cuyo PIB alcanzará los 64,2 billones de dólares, e India, con 46,3 billones. Su predicción se basa en un estudio prospectivo que mide la riqueza en capacidad de poder de compra. Parámetro en el que se tiene en cuenta el valor de las divisas nacionales o la inflación. Pero también vaticina que el cetro de la economía mundial pasará a manos de China -en detrimento de EEUU– en 2020, tanto en PPP -la capacidad de compra según sus siglas en inglés- como en precios constantes; es decir, según el valor del dólar que dictamina el mercado. Para la actual primera economía mundial, prevé una dimensión de 31 billones de dólares, un tercio más que su peso actual.
En gran medida, este adelantamiento es fruto de “la mayor y paulatina convergencia entre la demografía y la actividad económica”, dice David Mann, autor del estudio, que también anticipa una reducción de la brecha de renta per cápita entre potencias industrializadas y las economías emergentes como consecuencia de la nueva masa muscular de estas últimas. En su nota a sus clientes e inversores, Mann proyecta crecimientos anuales para la economía india, a lo largo de la próxima década, del 7,8%. Mientras que a China le otorga alzas del 5%, “un descenso natural” de su potencial dinámico dado el “incremento del tamaño de su PIB”. Con Asia como el área del planeta que más avanzará en términos de riqueza. Al pasar de representar el 20% del PIB global en 2010, al 28% el pasado año y al 35% en 2030. Indonesia se encaramará al cuarto peldaño global, con un cómputo de 10,1 billones de dólares. Por delante de Turquía (9,1 billones); Brasil (8,6 billones); Egipto (8,2 billones) y Rusia: 7,9 billones. Por detrás de este repóquer emergente aparece Japón, que sería capaz de alcanzar un tamaño económico de 7,2 billones, y Alemania que registraría un PIB de 6,9 billones de dólares y que cerraría el top-ten.
En la escaleta predictiva del banco británico también se destacan otros factores que ejercen de catapultas económicas para el mundo emergente. El cada vez mayor predominio del crecimiento de la productividad, la conclusión de sus etapas monetarias expansivas, que ha incentivado las agendas reformistas de sus gobiernos para ganar más competitividad en el exterior y el aumento de sus clases medias, que han engrosado la lista de este grupo de rentas en los últimos años, en contraste con la notable pérdida del censo de profesionales y empresarios de ingresos medios en el espacio reservado de las potencias industrializadas. Aunque este salto hacia la prosperidad también les haya reportado viejos problemas de sus rivales el primer mundo económico. Entre otros, el colapso de las grandes ciudades, que les obligará a cambios urbanísticos de calado en un futuro inmediato, o los efectos colaterales asociados al envejecimiento de la población. Tanto en términos de Salud como educativos o medioambientales. Con sus pertinentes facturas.
EEUU, sumergido en un océano de deuda
Jeffrey Gundlach es uno de los gestores de fondos con mayor predicamento y más familiarizado con las redes sociales en EEUU. Desde su canal de divulgación habitual, Just Markets, desmonta las tesis de Donald Trump de que la economía norteamericana va viento en popa. Dueño de DoubleLine Capital, juzga que la venta masiva de bonos, la escalada del nivel de endeudamiento corporativo y el final de la política expansiva de la Fed ha propiciado que el mayor PIB -todavía- del mundo “navegue en un océano de deuda” que, aduce con los datos de USDebtClock.org, la website que denuncia la astronómica losa de vencimientos y obligaciones que acumula EEUU y que supera ya los 122 billones de dólares, seis veces su PIB. Pero Gundlach también duda de la verdadera velocidad del dinamismo. “En términos reales -dice- solo va a crecer medio punto” este ejercicio. “No estoy buscando una retórica del desastre, tan solo poner sobre la mesa una serie de hechos consumados: que la actividad económica es artificial, movida por estímulos al gasto -en alusión a las rebajas fiscales- y que flotamos sobre una balsa de endeudamiento que, obviamente, tira en sentido contrario al dinamismo”.
Su pronóstico es que las bolsas americanas prosigan con sus descensos. Después del peor diciembre desde la Gran Depresión del 29 y pese a la relativa estabilidad que ha traído las primeras semanas de 2019.
Menos crítica pero igual de preocupada se muestra la ex presidenta de la Reserva Federal. Janet Yellen, que dejó la cúpula de la Fed hace ahora un año a manos de Jerome Powell, advierte una pausa en el gasto empresarial. A la espera de comprobar el clima económico de 2019 que “será menos fuerte y menos sincronizado globalmente” que el del pasado ejercicio, en el que “todos los cilindros del motor funcionaban correctamente”, acaba de señalar Yellen en una conferencia. A su juicio, los riesgos en Europa no guardan parangón con tiempos recientes, aunque prevalece la incertidumbre sobre las tensiones comerciales, la ralentización económica china o los efectos sobre el crecimiento y la generación de empleo de la rebaja impositiva y la caída de los precios de los carburantes en EEUU. “De momento, es tiempo de contemplación, como si las empresas y los inversores se hubieran tomado un tiempo de reflexión, a la espera de ver la dimensión real de todas estas incertidumbres”, apunta. De cómo les repercutirá a la empresa y a sus carteras de capitales “el fortalecimiento de las condiciones financieras, las caídas de las bolsas, el dólar fuerte o el encarecimiento crediticio en los mercados internacionales”. Visión que, a los ojos de uno de sus compañeros en la mesa de debate posterior, el CEO de Kroger, Rodney McMullen, es una señal de que “la recesión en EEUU es una posibilidad con un elevado potencial” y que podría precipitar el final de la escalada de tipos de interés que impulsó Yellen y que ha acelerado Powell hasta el punto de irritar al propio Trump, quien no parece creerse a pies juntillas su propia doctrina de que la economía americana se ha instalado en la senda más alta de su crecimiento
El desafío económico del futuro
Klaus Schwab, presidente del World Economic Forum (WEF) que estos días convoca, como cada año, su proyecto estrella, la cumbre de Davos que, en su presente edición, ha decidido enfocar sus debates entre las elites políticas y empresariales al cambio de patrón de crecimiento mundial que exige la Revolución Industrial 4.0 considera que la innovación tecnológica, la digitalización, será el factor más determinante para facilitar la corrección de las desigualdades entre ricos y pobres que ha dejado la crisis financiera de 2008 como triste legado en el planeta. Además de facilitar la gobernanza de la globalización, porque -explica- “no es cierto que la mundialización de las relaciones comerciales, inversoras y los flujos de migración hayan contribuido al freno de la prosperidad y de la riqueza” global. Tan solo se requiere que “incorporemos un nuevo modelo de hacer negocios, de estructurar la actividad económica de los países”.
La primera revolución de la industria -recuerda Schwab- “premió a la innovación y al capital, en detrimento del trabajo”. Ahora -enfatiza- necesitamos crear un nuevo orden mundial, con un mejor punto de equilibrio. A través de nuevos sistemas fiscales, de incentivos a la educación y de unas plataformas de habilidades profesionales que permitan a los trabajadores ocupar empleos que, en la actualidad, ni siquiera existen, por la automatización de las cadenas de valor de industrias y empresas mediante la robotización de sus modelos productivos. “Es un reto fascinante e ineludible al mismo tiempo”, afirma. Porque -precisa- “auguro que la globalización, en la era de lo digital, irá a más y, con ella, se generará un sistema multilateral de mercados abiertos y de reglas comunes que asegure la estabilidad económica, garantice la integridad social y los servicios básicos y sirva, además, para consolidar las democracias”. Más globalización, mercados más ordenados y digitalización es un trinomio que puede acabar con desequilibrios como los del sistema financiero, “donde pululan más de 250 billones de dólares, mientras aumentan las brechas sociales y las desigualdades”.
Fuente: Público