La UE ha sabido canalizar la incertidumbre creada por su socio comercial estadounidense, erigiéndose como líder de las relaciones comerciales
Bien es cierto que la escalada de represalias comerciales se tomó un respiro tras la última Cumbre del G-20 en el mes de noviembre en la que tanto China como EEUU decidieron retrasar las subidas arancelarias. Aun así, si entendemos que la guerra comercial pretende alcanzar en mayor medida la renegociación de tratados comerciales existentes o la reconfiguración de las relaciones geopolíticas, y no tanto el ajuste de las balanzas comerciales, cabe pensar que nuevos episodios de esta guerra comercial puedan volver a lo largo de la economía mundial en 2019.
De todas formas y a pesar de los costes que haya podido acarrear la guerra comercial para la economía mundial, a lo largo de 2018 hemos presenciado movimientos positivos e interesantes por parte del resto de potencias económicas. En este sentido, la Unión Europea ha sabido canalizar la incertidumbre creada por su socio comercial estadounidense, erigiéndose como líder de las relaciones comerciales. De este modo, ha cerrado acuerdos comerciales con países con gran potencial económico, como Japón, México, Singapur y Vietnam, a la vez de haber avanzado en la negociación de futuros tratados con Mercosur, Australia o Nueva Zelanda, y cuya concreción se irá conociendo en los próximos meses.
Incluso con China las relaciones diplomáticas y comerciales se han intensificado dado el interés de ambas economías por seguir favoreciendo el sistema de integración comercial. Es más, desde la llegada de Trump, China se ha mostrado como la gran interesada por seguir favoreciendo el proceso globalizador pues tiene el doble objetivo de dar salida exterior a su capacidad productiva, vía los flujos comerciales, y de generar ahorro interno con el que financiar los ambiciosos programas de inversión privada y pública que está llevando a cabo el país tanto fuera del mismo, con inversiones en Asia, África y América Latina, como dentro, retrasando continuamente el tan esperado ajuste de la economía china.
Situación muy diferente es la que nos encontramos con el país norteamericano. Este ha optado por una estrategia de recolocación a nivel internacional que ha afectado negativamente a los flujos comerciales mundiales, incluidas las balanzas de pago de varias economías emergentes, y a las propias instituciones del sistema multilateral de relaciones. En este sentido, la Organización Mundial del Comercio (OMC) parece haber sido la más perjudicada, lo que podría implicar una mayor incertidumbre a medio plazo en la profundización de las relaciones comerciales y en el diseño de una regulación internacional que sea comúnmente aceptada por una amplia mayoría de países.
Esta tensión, aparte, podría acabar jugando en contra de los EEUU a lo largo de la economía mundial en 2019 pues el crecimiento, así como las reducidas tasas de desempleo, que ha venido experimentando a lo largo de los dos últimos años bien se explicarían tanto por el impulso proveniente de los años anteriores a la Administración Trump, como por la reforma fiscal practicada en 2017. Pero lo cierto es que la economía estadounidense ya acumula, desde mediados de 2012, muchos trimestres consecutivos de crecimiento, lo que hace pensar en un ajuste a la baja a lo largo de los próximos ejercicios. Además, la bajada en el impuesto de sociedades ha tenido implicaciones importantes en 2018 que han trascendido más allá de EEUU.
Por un lado, la bajada fiscal ha mejorado la inversión y la renta disponible del sector privado estadounidense. Pero por el otro lado, la posibilidad de reducir la carga impositiva, ha acabado atrayendo tal volumen de capitales hacia la economía norteamericana que ha ocasionado problemas de balanza de pagos en múltiples economías emergentes y ha acabado recalentando la estadounidense. Esto ha llevado a una apreciación del dólar, compensando parte de las ganancias de competitividad de la bajada fiscal, y a su vez ha estimulado el alza de los tipos de interés americanos. Es previsible que estos últimos sigan subiendo a lo largo de la economía mundial en 2019 a raíz de futuras intervenciones de la FED y como consecuencia de las subidas de inflación de esta economía, hoy en tasas ya cercanas a la inflación objetivo, y en buena parte favorecida por las medidas arancelarias.
Ante esta subida de tipos, seguiremos viendo mayores y, posiblemente, más intensos focos de inestabilidad económica provenientes de las economías emergentes. Sin lugar a duda aquellas economías con altos niveles de deuda (pública y privada), que estén muy expuestas a los tipos de cambio del dólar y que padezcan recurrentemente salidas abruptas de capitales, serán las economías más vulnerables. Y es que gran parte de las crisis presenciadas en Brasil, Argentina y Turquía, pueden explicarse por la vulnerabilidad de estas economías a los tipos de interés marcados desde las grandes potencias económicas. De hecho, ni el propio BCE se escapa de esta fuente de inestabilidad, pues difícilmente la Zona Euro puede permitirse amplios diferenciales de los tipos con EEUU si desea evitar salidas importantes de capitales.
Este último riesgo puede recrudecerse dentro de la Unión Europea a medida que se vaya acercando la fecha para la salida formal de Reino Unido (finales de marzo 2019). Este escenario ha ido reduciendo a lo largo de 2018 los potenciales de crecimiento de la economía británica y, con ello, de la europea. Pero según se acerque la fecha de salida, e independientemente de la forma y el acuerdo con el que ésta se lleve finalmente a cabo, es posible que presenciemos salidas de capitales y parones de actividad económica más problemáticos e intensos, pues si algo caracteriza al Brexit es la elevada incertidumbre que genera.
Pero los retos para Europa no terminan con la situación de su socio británico, sino que se enfrenta a un futuro mucho más incierto a partir de las elecciones europeas de mayo, momento a partir del cual cabe esperar una nueva reconfiguración de las instituciones europeas. De ser este el caso, muy posiblemente veremos dificultades para consensuar los objetivos a medio plazo del proyecto europeo, y más complicado será llegar a acuerdos entre los distintos países miembros de la UE. Esto no querrá decir que la Unión Europea no pueda seguir avanzando de una manera u otra, pero sí que se habrá hecho más patente aún el malestar social que recorre la sociedad europea y en la economía mundial en 2019. Un malestar que todavía dista mucho de ser corregido.
Fuente: El confidencial