EEUU y China: la lucha por el trono de hierro de la economía mundial

El domingo, después de ocho años de suspense, todo el planeta se enteró del final de Juego de tronos.¿Todo el planeta?

No.

En el país más poblado del mundo no se emitió ese episodio. La empresa china de internet Tencent, que tiene los derechos para emitir la serie de la estadounidense HBO -que es a su vez propietaria de AT&T, la mayor telefónica del mundo- nunca difundió el episodio.

Acaso lo hizo para que los fans de la serie no se sintieran decepcionados… a fin de cuentas, Tencent llevaba ocho años editando los episodios para que no se vieran escenas de desnudos ni se oyeran tacos.

O acaso lo hizo por orden del Gobierno chino. Una orden que, como suele ser habitual en la segunda mayor economía del mundo, oficialmente no fue emitida nunca.

¿Por qué iba Pekín a prohibir Juego de tronos?

Tal vez por la misma razón por la que los actores estadounidenses que trabajan en series en ese país han sido, según explicaba esta semana la revista Foreign Policy, súbitamente despedidos de los rodajes sin ninguna explicación: por la nueva oleada de aranceles que Donald Trump ha declarado a ese país.

La primera y la segunda economía mundial se han enzarzado en lo que ya es, en realidad, una guerra fría económica con el centro puesto en la tecnología y en la agricultura.

El conflicto entre Washington y Pekín se combina, además, con un agravamiento de los puntos de incertidumbre en la economía mundial: implosión política en Reino Unido por el Brexit, datos entre malos y muy malos de la producción industrial en la UE y EEUU, tensiones en Oriente Medio, y un nuevo desplome de la lira turca.

Con todos esos condicionantes, no es de extrañar que Wall Street haya sufrido su peor semana en ocho años, justo cuando, precisamente, se acababa de emitir la primera temporada de Juego de tronos.

La cuestión es que, por más que muchos líderes mundiales -como Trump, Xi Jinping, o Angela Merkel- crean firmemente en una versión moderna del mercantilismo y estén decididos a usar los poderes públicos para favorecer sus exportaciones, las relaciones económicas no son un juego de suma cero en el que uno gana lo que otro pierde.

Por ejemplo, al prohibir que Alphabet (o sea Google), ceda su sistema operativo Android a Huawei, para que ésta lo emplee en sus teléfonos móviles, EEUU ha liquidado a la empresa china fuera de su mercado de telefonía celular doméstico. Pero el mayor beneficiario de eso es la coreana Samsung, que sí emplea Android.

APPLE Y GENERAL MOTORS, AMERICANOS EN PEKÍN

El banco de inversión japonés Nomura cree que a Alphabet la decisión le puede costar 425 millones de dólares (375 millones de euros), una cifra minúscula en una empresa que factura 125.000 millones.

Paradójicamente, si Pekín adopta represalias, quien puede salir perdiendo es el gigante de la telefonía estadounidense Apple, que obtiene en China el 29% de sus beneficios, según el banco británico HSBC.Pekín no necesita imponer aranceles.

Le basta con emplear políticas proteccionistas informales, al estilo del bloqueo de la emisión de Juego de tronos, o en atizar la llama del nacionalismo a través de la televisión, la prensa e internet, que están totalmente sometidos al control del Estado, para lanzar boicots contra marcas o productos estadounidenses.

Ahí China no tiene rival, y cuenta con muchos blancos donde escoger. General Motors, por ejemplo, vende más coches en China que en EEUU.

DAÑOS A LA AGRICULTURA DE EEUU

Pero, como deja de manifiesto el hecho de que Samsung pueda ser un inesperado vencedor de las sanciones a Huawei, los frentes de la guerra comercial afectan a toda la economía mundial.

Esta semana, la ministra de Agricultura de Brasil, Tereza Cristina, anunció que su país apoya la candidatura del viceministro chino Qu Dongyu a la secretaría general de la FAO (la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación, según sus siglas en inglés).

La decisión es un golpe al ministro de Exteriores brasileño, Ernesto Araujo, muy cercano al equipo de Trump, que había declarado: «No vamos a vender nuestra alma para vender soja y mineral de hierro a China». Una frase épica que queda destrozada por un porcentaje: 35%.

En 2018, China compró el 35% de toda la producción agrícola brasileña. Y eso se debió en buena medida al aumento, también en un 35%, de la exportación de soja a ese país, que se disparó cuando China cerró en verano pasado su mercado a los envíos de ese cultivo de EEUU como represalia a la primera ola de aranceles.

Ya el año pasado, el Gobierno de Donald Trump tuvo que aprobar un subsidio de 12.000 millones de dólares (10.700 millones de euros) a sus agricultores para compensarles por la guerra comercial contra China, México, y Canadá. El jueves, aprobó otra partida de ayudas de 16.000 millones de dólares(14.280 millones de euros).

Así, el contribuyente estadounidense paga la factura de la guerra comercial de múltiples maneras: con precios más altos, y con impuestos. Y, a todo esto, los chinos no pagan nada, porque el que costea los aranceles, contrariamente a lo que dice Trump, es el importador, que en este caso son las empresas de EEUU.

Pero el impacto no sólo se ve en EEUU. China tiene mucho que perder. Su economía se frena y, aunque nadie se cree sus estadísticas económicas, porque Pekín las manipula para, entre otras cosas, suavizar las subidas y bajadas de la actividad, de modo que todo luzca estable, no parece que la demanda interna vaya a compensar la pérdida del mercado de EEUU, entre otras cosas porque el endeudamiento de las familias chinas se ha disparado en los últimos años.

Eso hace muy real la pesadilla de Xi Jinping: que China nunca acabe de convertirse en una economía puntera, y que quede congelada en la llamada trampa de los ingresos medios, es decir, con un nivel de desarrollo como el de América Latina, pero sin entrar en el terreno de los países más ricos.

Al final, el juego por el trono de hierro de la economía mundial entre EEUU y China puede salir muy caro a los dos contendientes.

Fuente: ABC